Después
del accidente nuclear de 1986 en Chernóbil todas las zonas cercanas quedaron
prácticamente inhabitables. Unas 116 mil personas fueron llevadas a centros de
refugiados y unas 20 mil personas murieron en los días siguientes. La URSS delimitó
una zona de exclusión de aproximadamente unos 2600 kilómetros cuadrados alrededor del lugar del desastre. la llamada “zona de alienación”
o “zona de la muerte” incluye las
partes más septentrionales del Óblast de Kiev y del Óblast de Zhytomyr de
Ucrania, junto a la frontera con Bielorrusia. La principal razón de la
delimitación de este territorio fue la de evacuar a las personas que ahí residían
para evitar su contaminación radioactiva ya que existen puntos con
contaminación extremadamente alta que fueron creados no sólo por el viento que
transportó polvo radiactivo en el momento del accidente, sino también por
materiales de uso cotidiano en la zona. Si te dijeran que existe alta radiación
nuclear en la zona donde vives o en tu
casa y que esto podría provocarte desde mutaciones, tumores, cáncer y hasta
muerte inmediata por intoxicación, no pensarías mucho para evacuar. Pero
existieron personas en las zonas aledañas a Chernóbil que se negaron a evacuar
la zona pues se sentían demasiado arraigados a su hogar.
A
las personas que se negaron a abandonar la zona de exclusión se les conoce como
“Samosely” que en español quiere decir los autocolonos. Los Samosely tienen un perfil demográfico muy
bien definido; la mayoría eran adultos mayores que se negaban a abandonar sus
hogares en los que habían estado toda su vida. Otros fueron adultos que no
quisieron abandonar a sus padres o sus tierras. Se calcula que en 1986 fueron
alrededor de 1200 personas, en 1999 ya quedaban alrededor de 612, en 2007 de
328, en 2009 de 271 y actualmente se calculan unos 150 habitantes con una edad
promedio de 63 años. Pero la historia de
los Samosely es una historia de entereza que refleja comportamientos de la
naturaleza humana.
Históricamente
desde los inicios de la URSS, el área de Chernóbil y sus zonas aledañas eran
zonas de pobreza que resistieron a las difíciles condiciones de vida. Luego del
desastre nuclear, los habitantes
regresaron a sus tierras en la zona de exclusión porque que
escapaban de la de la miseria que representaba vivir en una ciudad como
Kiev en los años del comunismo. La mayoría de las personas regresaban a sus
tierras para sembrar su propio alimento y no morir de hambre. Hacían un
recorrido de unos 130 km desde Kiev sin ningún apoyo del gobierno. Las personas
que regresaron fueron terriblemente discriminadas por los apartos
gubernamentales de la época ya que se pensaba estaban contaminados por la
radiación. Llegaron hasta llamarles “cerdos”.
Conocida
ahora como la ciudad fantasma, Chernóbil y sus sitios cercanos no han sido
regularizados por el gobierno ucraniano. No participan en los censos
poblacionales y no disfrutan de subvenciones gubernamentales pues se consideran
territorios ocupados ilegalmente. En 2015 el documental Babushkas of Chernobyl
(Abuelas de Chernobyl), dirigido por Holly Morris y Anne Bogart, explora las
razones de las personas mayores, en especial las mujeres, por seguir viviendo
en la zona contaminada. Las personas preferían regresar a su ciudad y morir
lentamente a pesar de las restricciones de tocar o comer cualquier fruto que ahí
creciera a morir de hambre a vivir una profunda discriminación en la ciudad de
Kiev. La mayoría de los adultos mayores son mujeres debido a que los hombres
murieron más rápido. La mujeres pregonan en el inquietante documental: "La radiación no me da miedo, lo
que me da miedo es el hambre" . Pero tal vez
la parte más profunda del documental es cuando una de las mujeres de nombre
Valentina sentencia: “Cada uno vive donde su alma quiere vivir”. Nada más
cierto.
A
veces nos es demasiado difícil dejar las cosas atrás, nos arraigamos tanto a
lugares o personas que creemos que nunca podríamos abandonarlos. Los Samosely
estaban tan arraigados a su tierra, a su hogar, a su manera de vivir que
prefirieron volver a morir ahí antes que vivir en otro lugar. Esa es parte de
nuestra naturaleza humana, una gran metáfora. A veces, ilógicamente preferimos
estar en un lugar o con una persona y morir por dentro que alejarnos y vivir.
En especial porque creemos que lejos de ese lugar o esa persona no habrá más. A
veces elegimos la muerte por encima de la vida sin saberlo. Y eso es un
sentimiento inexplicable, sólo lo hacemos. Ojalá pudiéramos librarnos de eso y
vivir pero como decía Benedetti, uno siempre va estar donde el corazón esté, sea una tierra, un hogar o una persona. Estaremos ahí por siempre, muriendo
lentamente.