Nací y crecí en la periferia del norte de la Ciudad de
México. Viví el abandono del Estado y sus repercusiones. En la periferia las
calles están llenas de violencia y desesperanza. Ahí se engendra la delincuencia
desde pequeños, se consumen conductas ilícitas y se repiten a lo largo de todo
lo que el vacío de autoridad abarca. Pero también ahí, en medio de la
desolación están las historias de una resistencia cultural que se niega a
homogenizarse con lo que el gusto de la masa le exige. Existen los rockeros urbanos, los cholos, las drags, los
rastafari y hasta los reggaetoneros.
Todos esos movimientos culturales han resistido los cambios homogeneizadores de
la violencia y el mercado como lo son una nueva narcocultura llena de expresiones como narcocorridos y música de
banda. No han perdido su identidad a pesar de estar con el agua al cuello de
los problemas diarios. Esos que no tienen cabida en los centros de las ciudades
por “las afean”. No son humanos bellos
para pasearse en la Roma-Condesa, ni tienen el mismo estilo aceptado. Sus
principales problemas no son de que sabor escogen su bebida o si la comida
tiene gluten. Son los feos que siempre van a estar en la periferia, donde no
queda otra más que resistir.
La recién estrenada en Netflix, “Ya no estoy aquí”, es una
impecable historia de la resistencia humana y cultural (no de contracultura ni
de subcultura, esos términos en realidad no existen, los inventaron sociólogos
para expresar un fenómenos que no entienden y no debe ser utilizado más. Es
cultura y ya) ante la espiral de violencia sin fin en la que se encuentra en
caída libre México y que retrata con exactitud lo que ocurre en las periferias
de las grandes ciudades del país. La
película está dirigida por Fernando Frías de la Parra, un cineasta mexicano de
una nueva generación de buenos directores y cuyo trabajo suma los filmes ‘Rezeta’ y ‘Los
Spookys’, también de gran calidad. Uno de los factores a destacar en el filme
es la arriesgada y cada vez más común apuesta del cine Mexicano de contratar
actores no profesionales ante la falta de actores profesionales con el talento
de salir de papeles de producciones mexicanas mediocres y de baja calidad como “Cindy,
la Regia” o “Mirreyes vs Godínez”. Esta apuesta derive en una sublime actuación
(que es lo que le da vida y emoción al filme) de Juan Daniel García
interpretando a Ulises, el protagonista de esta emocional historia.
Ulises es un adolescente cuya pasión es el baile del ritmo Kolombia, arraigado en grupo cultural
conocido como Cholombianos y cuya
característica rítmica y armónica es bajar el tiempo de la cumbia colombiana
para adecuarla a un compás lento. Este movimiento cultural nació en Monterrey a
finales de los años 60’s resultado de una fusión entre el naciente movimiento
cholo en Estados Unidos y la cumbia colombiana de moda escuchada en la
periferia del Cerro de la Silla. La película se ambienta en 2011 en la colonia
Independencia de Monterrey, en uno de los momentos de transición de la ciudad
hacia la violencia en la guerra emprendida por Felipe Calderón contra el narco.
Ese periodo de transición lo vamos también percibiendo durante la película a
través de los diferentes personajes secundarios que aparecen como sombras
acechando a los protagonistas.
Siguiendo el estilo cholombiano
de los peinados estrafalarios llenos de gel, los jerseys tumbados y las
bermudas opacas y los Converse bien limpios, Ulises lidera una pandilla
autonombrada Los Terkos que a su vez
pertenecen a una red de pandillas más grande bajo el liderazgo de Los Pelones. La pandilla de Ulises
también va por un viaje de cambio y descubrimiento del mundo y sus peligros, a
su vez, también van experimentando la transición de la adolescencia a la vida
adulta. Ahí la amistad y la lealtad, signos del verdadero barrio (reflejado en
el símbolo Star), es el lazo más
fuerte que une a los adolescentes que han encontrado una familia entre ellos
que no hayan en sus hogares ni en sus casas. Usando tomas de cámara abierta y
de fotografía extraordinaria, Ulises es
líder que da la cara por la banda y
tiene un espíritu paterfamilias con ellos; los cuida y les enseña el barrio.
Todos están cohesionados por el baile y su amor a la Kolombia; la viven, la disfrutan, es su medio de expresión y
comunicación ante el mundo, o mejor dicho, su manera de percibir el mundo.
La película va entretejiendo la historia en un discurso
narrativo de brincos temporales entre la estadía de Ulises en Queens y su
tiempo en Los Terkos que llegarán
inevitablemente a converger en un punto final. El conflicto se da cuando Ulises
queda en medio de una batalla por el control territorial de la cual no es
participe pero indirectamente es introducido. En una cuidada escena de
violencia, durante unos segundos para descartar a la violencia como
protagonista del filme, Ulises sabe que su vida ahí ha acabado. Corre en busca
de su mamá y su hermano y se van del barrio; Ulises debe autoexiliarse en Nueva
York. En su odisea en Queens, el protagonista se ve agobiado por las diferentes
situaciones y barreras que alzan frente a él por su identidad. En primera, el
choque cultural con sus paisanos mexicanos que ya se encuentran coptados por
una cultura pocha de una mezcla entre
música de banda y música electrónica de la vida nocturna neoyorquina, hasta el
gran muro del idioma que no le permite comunicarse, reflejado especialmente en
su relación con Lin, una adolescente china que queda impresionada por su look.
Todas las barreras que encuentra en Nueva York y la violencia y racismo que
sufre van desgarrando su identidad hasta
que acaba en un centro de detención para migrantes muy diferente al Ulises que
conocíamos.
Después de su tiempo de exilio, la realidad en Monterrey ha
cambiado mucho. La película explora el cambio de una manera extraordinaria en
dos escenas fundamentales para comprender esa batalla por la identidad; cuando La Chaparra ve desde lejos, sin su característica
vestimenta colombiana y con tristeza que hay un grupo (que nunca se nombra en
la película pero que indudablemente son Los
Zetas) repartiendo despensas a la gente de la colonia, ganando el terreno y
homogenizando la cultura del narcocorrido,
y la escena en donde entierran a su amigo Isaí y El Pekesillo y El Sudadera
lanzan disparos al aire para presumir que también ya son parte del cártel.
Cuando Ulises vuelve a la colonia Independencia, ya nada es igual, ya no
encuentra en sus amigos, el símbolo de amistad y lealtad.
El final condensa exactamente el título de la película; al
ser exiliado por el cambio social de su entorno y todas las barreras que ahora
enfrente, el protagonista ya no está aquí,
ni allá, ni en ningún otro lado. Ya no está en la antigua Independencia ni en
Queens, ni en la Monterrey violenta; es un exiliado de la realidad
sociocultural de su lugar de origen a la que no se adaptará, resistiendo con
humanismo a su identidad. Sabe que le aguarda la muerte y en la escena final,
mientras hay un desorden social en la colonia, el baila en el techo de una casa
de un cerro aferrándose a su identidad mientras la toma se abre y se aleja. Porque
esta historia es la del aguante humanista frente a la vorágine violenta del
mercado que quiere homogenizar todas las identidades para controlar y venderle
sólo a un público objetivo. Es la historia de la lucha identitaria de las periferias
frente al clasismo y racismo del centro urbano. Es la historia del abandono y
la miseria. Es la historia de la resistencia humana.