jueves, 11 de junio de 2020

#EscritoresMalditos: Gustave Flaubert y Madame Bovary, liberación femenina contra moralismo.






No se sabe a ciencia cierta si Flaubert fue el fundador no oficial de la corriente de los poetas malditos en la Francia del siglo XIX, lo que sí sabemos es que revitalizó a la literatura de ese siglo en el que reinaba el reflujo del romanticismo, sobre todo en los temas que exploró como en la estética de su prosa, como diría Kundera: “Flaubert hizo que la prosa perdiera el estigma de inferioridad estética”.  Incluso su obra más famosa dio nombre a un trastorno psicológico  llamado Bovarismo cuya principal característica es que las personas que idealizan el amor, se desilusionan al poco tiempo de iniciar una relación amorosa.

Gustave Flaubert nació en diciembre de 1821 en Ruán, en el mismo sombrío edificio del hospital de la ciudad en el que su padre fue cirujano en jefe. De sus hermanos sólo sobrevivirán dos; el mayor, Achille, el más formal de la familia,  también cirujano y sustituto a su padre en su puesto del hospital. Su otra hermana fue Carolin nacida tres años después que Gustave, la que será su inseparable, su amiga y confidente. Su madre Caroline Fleuriot, fue otro de los grandes amores de Flaubert, prototipo del artista solterón, mimado y a veces tiranizado por el cariño maternal. Su niñez no tuvo gran historia. Varios años de duro internado en el Colegio de Ruán, despertándose a las cinco de la madrugada a toque de tambor, lecturas apasionadas del Quijote, vacaciones con la familia en Pontl'Evéque y Trouville. En la playa de Trouville, a los 15 años encontró sú gran pasión de adolescente, el amor imposible por Madame Schlesinger, once años mayor que él, que será la Madame Arnoux de su obra La educación sentimental. De sus diferentes decepciones amorosas,  Flaubert se va tornando en un romántico reprimido, dominado. Mientras, se gradúa de bachiller, emprende un viaje por los Pirineos y Córcega, y  a los 20 años se instala en París par a estudiar Derecho.

En realidad Flaubert nunca quiso ser abogado, Flaubert comienza a escribir novelas al tiempo que continúa profundamente enamorado de Madame Schlesinger. También comienza a tener otras aventuras amorosas que plasma en obras como Noviembre. Sin embargo, el gran viajero y aventurero comienza a sufrir ataques epilépticos a la edad de 23 años. Este hecho es importante debido a que sin conocimientos de la época de sobrellevar la enfermedad, Falubert renuncia a la carrera de derecho, a todos sus proyectos y se recluye en Croisset para dedicarse exclusivamente a la literatura. Por esos años sufre varias pérdidas familiares, entre ellas a su padre y en el mismo año su hermana Caroline al dar a luz a su hija del mismo nombre. Algunos romances tormentosos posteriores y fuertes depresiones llevarían a Flaubert a continuar viajando por el mundo y a experimentar con la literatura en obras tan complejas como La Tentación de San Antonio.

De regreso en París otra vez es testigo de un gran cambio político, el golpe de Estado de Luis Napoleón. En esa transición política comienza  a escribir otra novela: Madame Bovary, a la que consagra todo su interés, con breves paréntesis amorosos que dedica a Louise Colet, con quien vuelve a verse hasta que, cuando ella trata de introducirse en el santuario artístico de Croisset, se produce la ruptura definitiva. En Croisset, donde vive con su madre y su sobrina, trabaja como un forzado en Madame Bovary, que termina en 1856.

Madame Bovary es un admirable estudio de la grisura burguesa en el que el antiguo romántico parece corregir sus sueños insensatos de años atrás; más aún, castigarse por ellos, eliminando sin piedad todo lo que personal y estéticamente le parece superfluo y engañoso. Desciende de las alturas de lo sublime hasta la vulgaridad, se recrea en ella, la trabaja como un orfebre y nos cuenta esa historia desolada y ácida de la adúltera soñadora ante un horizonte que no admite salvación. Con esta obra, Flaubert llega a la cumbre del realismo literario, crudo, frío y gris pero tremendamente necesario para el cambio en la literatura de su tiempo.

Qué es el síndrome de Madame Bovary? - La Mente es Maravillosa

Emma es el arquetipo de la dama ilusionada en el amor; lectora voraz de novelas románticas, ha incubado muchas ilusiones respecto del matrimonio y de la vida, de la que espera aventuras apasionadas y galantes. Ilusionada, la joven contrae matrimonio con Charles Bovary, médico de profesión. Lo que le espera no es una aventura romántica sino un duro golpe de realidad. Convertida en Madame Bovary, Emma se encuentra con un marido fiel, pero ausente, puritano, sin carácter y sin ambiciones. Ignorada y aburrida, cae enferma y su marido decide llevarla a un poblado llamado Yonville, donde dará a luz a su hija Berthe. El farmacéutico del pueblo, el señor Homier, alimenta las ambiciones de Emma para sacar provecho económico y político de su relación con el doctor Bovary. Emma presiona a su marido para asumir riesgos médicos que le traigan fama, mientras compra compulsivamente artículos de lujo al señor L’heureux, un vendedor que la sumerge en un mar de deudas impagables.

Para escapar de ese mundo, Emma sostendrá una aventura con un don juan llamado Rodolphe Boulanger, pero este la deja plantada el día de la fuga. Madame Bovary cae enferma nuevamente. Para animarla, su ingenuo marido consiente en que asista a clases de piano en Rouen, sin advertir que su propósito era envolverse románticamente con Léon Dupuis, un joven a quien había conocido en Yonville tiempo atrás. Su mundo se desmorona cuando recibe una orden de embargo y desalojo, y no encuentra ayuda financiera ni en Léon ni en Rodolphe, su antiguo amante. Desesperada, decide suicidarse con arsénico de la botica del señor Homier. Charles, arruinado y desengañado, acaba por morir. La niña Berthe queda al cuidado de una tía y al crecer tendrá por destino trabajar en una fábrica de hilos de algodón.

Conforme avanza la novela hay un cambio enfático en el personaje de Emma quién de soñar con el amor romántico ahora desprecia la institución del matrimonio y de la familia, y huye intentando entrar en el mundo de las aventuras, no porque se le haya llenado la cabeza de ideas locas, sino porque es consciente de que ese mundo es real y tangible para todos aquellos que hayan nacido con el hombres. Rompe las barreras de su femineidad: no es una doncella que busca ser rescatada por un amante, sino que ella misma sale y los busca a ellos, para que le entreguen todo lo que le falta en su aburrida vida de ama de casa.

A menudo se dice en el habitáculo literario que a Flaubert le dolía escribir. El pináculo del dolor del escritor radicaba en trabajar contra sí mismo y de su forma de escribir apegada al estilo estético, narrativo y ético de su época. Lo hizo en contra de una esencia arraigada en su lírica que no le permitía alejarse de las antípodas de la dialéctica del romanticismo francés en cuyos brotes estilísticos sucumbían los temas de la condición humana frente a las pasiones desbordadas. A partir de su desilusión literaria frente a la crítica, la concepción de Madame Bovary habría cambiar en Flaubert la forma en que se vislumbraban las preocupaciones de lo humano en decadencia por encima de las banalidades de la ideología burguesa y su fe material en el progreso técnico-capitalista. Como en Balzac pulula la nimiedad de las relaciones e ilusiones humanas, en Flaubert pululan los infames retratos de la calle; los discursos de la condición económica y social con un pesimismo exacerbado que se fundamenta en la relación humana ilusión-fracaso como centro de gravedad de su nueva narrativa. 

Debido a sus constantes ataques  a la moral de su época, Flaubert por Madame Bovary y Charles Baudelaire (otro escritor maldito del que hablaremos en otra ocasión) por Las flores del mal fueron llevados a juicio en 1857 con cargos de “ofensas a la nueva moral”. En reaalidad por la vulneraron y revitalizaron la moral de su época cometiendo un acto atroz en contra de los conservadores y por ello fueron llevados a juicio con tan sólo siete meses de diferencia.  Ante el abogado imperial Ernest Pinard ambos escucharon los cargos que se les imputaban que iban desde ofensas a la moral pública y religiosa hasta profanar lo sagrado dentro un orbe casi pagano lleno de discursos lascivos y poéticas carnales. Flaubert ganó su juicio al alegar a través de Senard la estética de la escritura y lo cortedad de los pasajes ilustrativos. Baudelaire con Chaix D´est Ange perdió irremediablemente contra lapidarias acusaciones de precisión ofensiva y burda.

La novela (y la carrera de Flaubert) logra salir avante del juicio gracias a la prodigiosa defensa de Senard con alegatos propios de la represión de la época. Senard dice al juez que Emma Bovary es una mala lectora, se alimenta de ideas absurdas por la literatura romántica y genera su propia destrucción. Es una novela para adoctrinar a las señoritas en el buen juicio: con el comportamiento adecuado, y siendo juiciosa con el dinero, las mujeres no deberían ver el mismo destino de muerte, aplastada por las numerosas deudas que Emma acumula. La tesis del alegato es que la novela persuade a las señoritas que si siguen los pasos de Madame Bovary terminará en la ruina como ella. El juez acepta y Flaubert es salvado.

El juicio fue una victoria en contra de la moral de la época; Flaubert y Madame Bovary sólo alimentaron la exploración de una nueva literatura realista basada en la condición humana y el deseo y los problemas que surgen del enfrentamiento entre un sistema moral y la necesidad de libertad como seres humanos. Emma se embarca en una lucha por la conquista de los placeres terrenales. No es una figura arquetípica de un héroe que arrastra consigo un destino colectivo, que acumula todos los valores que una sociedad considera correctos y admirables. Emma está muy distante de ser lo que la sociedad valora, y todavía más lejos de que esa sociedad le interese. Ella lucha sola por experimentar la mayor cantidad de placer, dándole vuelta la cara a todo aquello que pueda llegar a existir tras su muerte, rechazando la promesa de vida eterna y la Iglesia, ya que nada le interesa más allá de lo que experimente mientras viva. Es, en algunos análisis un prototipo de feminista individualista (a veces mal llamada feminista egoísta) que logra ir contra la moral de su época en la liberación de su cuerpo aunque irremediablemente será aplastada por el patriarcado capitalista.

Odiar con estilo: las polémicas cartas de Gustave Flaubert sobre ...

Flaubert no era un hombre sociable. La vista de sus semejantes lo sumergía en ciénagas de tristeza, incluso lo dejaba corporalmente enfermo. Sus amigos escritores, entre los que se contaban Zola, Daudet, Turgueniev, tenían que andar blandito cuando le iban a hacer una crítica, porque podía ponerse furioso y enfermarse. En sus famosas cartas (analizadas por grandes literatos de la historia), a menudo lanzaba quejidos en contra de la condición humana y era severamente crítico con las personas que lo rodeaban. Así como a Madame Bovary, también a él lo aplastó el capitalismo. Vivió sus últimos años encarnando el odio. La muerte o la incomprensión lo alejaron de sus amistades. En 1872 perdió a su madre y su sobrina y pasó sus últimos años bajo el cuidado de su sobrina Madame Commonville. Al final de sus días incansablemente en una sátira de la futilidad del conocimiento humano y la omnipresencia de la mediocridad que terminó hací finales de 1877. Después de varios fracasos literarios, Flaubert falleció en 1880, a la edad de 58 años. Murió de una hemorragia cerebral en Croisset, aunque algunos especialistas consideran que murió de sífilis contraída en un viaje a Egipto en sus años de trotamundos (en sus años 20’s). Fue enterrado en el panteón familiar del cementerio de Ruan. Su obra trascendió la moral e impulso una nueva literatura. La maldición de ser realista.

domingo, 31 de mayo de 2020

“Ya no estoy aquí”: De la periferia abandonada a la resistencia identitaria



Nací y crecí en la periferia del norte de la Ciudad de México. Viví el abandono del Estado y sus repercusiones. En la periferia las calles están llenas de violencia y desesperanza. Ahí se engendra la delincuencia desde pequeños, se consumen conductas ilícitas y se repiten a lo largo de todo lo que el vacío de autoridad abarca. Pero también ahí, en medio de la desolación están las historias de una resistencia cultural que se niega a homogenizarse con lo que el gusto de la masa le exige. Existen los rockeros urbanos, los cholos, las drags, los rastafari y hasta los reggaetoneros. Todos esos movimientos culturales han resistido los cambios homogeneizadores de la violencia y el mercado como lo son una nueva narcocultura llena de expresiones como narcocorridos y música de banda. No han perdido su identidad a pesar de estar con el agua al cuello de los problemas diarios. Esos que no tienen cabida en los centros de las ciudades por “las afean”. No son humanos  bellos para pasearse en la Roma-Condesa, ni tienen el mismo estilo aceptado. Sus principales problemas no son de que sabor escogen su bebida o si la comida tiene gluten. Son los feos que siempre van a estar en la periferia, donde no queda otra más que resistir.

La recién estrenada en Netflix, “Ya no estoy aquí”, es una impecable historia de la resistencia humana y cultural (no de contracultura ni de subcultura, esos términos en realidad no existen, los inventaron sociólogos para expresar un fenómenos que no entienden y no debe ser utilizado más. Es cultura y ya) ante la espiral de violencia sin fin en la que se encuentra en caída libre México y que retrata con exactitud lo que ocurre en las periferias de las grandes ciudades del país.  La película está dirigida por Fernando Frías de la Parra, un cineasta mexicano de una nueva generación de buenos directores  y cuyo trabajo suma los filmes ‘Rezeta’ y ‘Los Spookys’, también de gran calidad. Uno de los factores a destacar en el filme es la arriesgada y cada vez más común apuesta del cine Mexicano de contratar actores no profesionales ante la falta de actores profesionales con el talento de salir de papeles de producciones mexicanas mediocres y de baja calidad como “Cindy, la Regia” o “Mirreyes vs Godínez”. Esta apuesta derive en una sublime actuación (que es lo que le da vida y emoción al filme) de Juan Daniel García interpretando a Ulises, el protagonista de esta emocional historia.

Ulises es un adolescente cuya pasión es el baile del ritmo Kolombia, arraigado en grupo cultural conocido como Cholombianos y cuya característica rítmica y armónica es bajar el tiempo de la cumbia colombiana para adecuarla a un compás lento. Este movimiento cultural nació en Monterrey a finales de los años 60’s resultado de una fusión entre el naciente movimiento cholo en Estados Unidos y la cumbia colombiana de moda escuchada en la periferia del Cerro de la Silla. La película se ambienta en 2011 en la colonia Independencia de Monterrey, en uno de los momentos de transición de la ciudad hacia la violencia en la guerra emprendida por Felipe Calderón contra el narco. Ese periodo de transición lo vamos también percibiendo durante la película a través de los diferentes personajes secundarios que aparecen como sombras acechando a los protagonistas.


Siguiendo el estilo cholombiano de los peinados estrafalarios llenos de gel, los jerseys tumbados y las bermudas opacas y los Converse bien limpios, Ulises lidera una pandilla autonombrada Los Terkos que a su vez pertenecen a una red de pandillas más grande bajo el liderazgo de Los Pelones. La pandilla de Ulises también va por un viaje de cambio y descubrimiento del mundo y sus peligros, a su vez, también van experimentando la transición de la adolescencia a la vida adulta. Ahí la amistad y la lealtad, signos del verdadero barrio (reflejado en el símbolo Star), es el lazo más fuerte que une a los adolescentes que han encontrado una familia entre ellos que no hayan en sus hogares ni en sus casas. Usando tomas de cámara abierta y de fotografía extraordinaria,  Ulises es líder que da la cara por la banda  y tiene un espíritu paterfamilias con ellos; los cuida y les enseña el barrio. Todos están cohesionados por el baile y su amor a la Kolombia; la viven, la disfrutan, es su medio de expresión y comunicación ante el mundo, o mejor dicho, su manera de percibir el mundo.

La película va entretejiendo la historia en un discurso narrativo de brincos temporales entre la estadía de Ulises en Queens y su tiempo en Los Terkos que llegarán inevitablemente a converger en un punto final. El conflicto se da cuando Ulises queda en medio de una batalla por el control territorial de la cual no es participe pero indirectamente es introducido. En una cuidada escena de violencia, durante unos segundos para descartar a la violencia como protagonista del filme, Ulises sabe que su vida ahí ha acabado. Corre en busca de su mamá y su hermano y se van del barrio; Ulises debe autoexiliarse en Nueva York. En su odisea en Queens, el protagonista se ve agobiado por las diferentes situaciones y barreras que alzan frente a él por su identidad. En primera, el choque cultural con sus paisanos mexicanos que ya se encuentran coptados por una cultura pocha de una mezcla entre música de banda y música electrónica de la vida nocturna neoyorquina, hasta el gran muro del idioma que no le permite comunicarse, reflejado especialmente en su relación con Lin, una adolescente china que queda impresionada por su look. Todas las barreras que encuentra en Nueva York y la violencia y racismo que sufre  van desgarrando su identidad hasta que acaba en un centro de detención para migrantes muy diferente al Ulises que conocíamos.

Después de su tiempo de exilio, la realidad en Monterrey ha cambiado mucho. La película explora el cambio de una manera extraordinaria en dos escenas fundamentales para comprender esa batalla por la identidad; cuando La Chaparra ve desde lejos, sin su característica vestimenta colombiana y con tristeza que hay un grupo (que nunca se nombra en la película pero que indudablemente son Los Zetas) repartiendo despensas a la gente de la colonia, ganando el terreno y homogenizando la cultura del narcocorrido, y la escena en donde entierran a su amigo Isaí y El Pekesillo y El Sudadera lanzan disparos al aire para presumir que también ya son parte del cártel. Cuando Ulises vuelve a la colonia Independencia, ya nada es igual, ya no encuentra en sus amigos, el símbolo de amistad y lealtad.

El final condensa exactamente el título de la película; al ser exiliado por el cambio social de su entorno y todas las barreras que ahora enfrente, el protagonista ya no está aquí, ni allá, ni en ningún otro lado. Ya no está en la antigua Independencia ni en Queens, ni en la Monterrey violenta; es un exiliado de la realidad sociocultural de su lugar de origen a la que no se adaptará, resistiendo con humanismo a su identidad. Sabe que le aguarda la muerte y en la escena final, mientras hay un desorden social en la colonia, el baila en el techo de una casa de un cerro aferrándose a su identidad mientras la toma se abre y se aleja. Porque esta historia es la del aguante humanista frente a la vorágine violenta del mercado que quiere homogenizar todas las identidades para controlar y venderle sólo a un público objetivo. Es la historia de la lucha identitaria de las periferias frente al clasismo y racismo del centro urbano. Es la historia del abandono y la miseria. Es la historia de la resistencia humana.